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Mujeres afroperuanas que rompen paradigmas

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Mujeres afroperuanas que rompen paradigmas

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La Escuela de Formación de Jóvenes Líderes Afrodescendientes de Ashanti Perú, ha permitido que las jóvenes mujeres afroperuanas dejen en claro que también tienen algo que decir.

Angie Campos es de las mujeres que no se amilanan. Lo aprendió de su madre quien, desde que llegó a Huaycán, con su familia, decidió trabajar por el desarrollo de su comunidad: “ella participaba en la iglesia, ayudaba en la posta médica y trabajaba con las mujeres en los comedores. Todo el mundo la conocía”. Angie heredó de su madre la pasión por el trabajo social y siendo miembro de Ashanti aprendió a no dejar su voz callada.

Ashanti es una red peruana de jóvenes afro-descendientes, que desde el 2013 hacen realidad la Escuela de Formación de Jóvenes Líderes Afrodescendientes. En el 2014 el PNUD se sumó a este esfuerzo con el fin de promover la participación de los grupos históricamente marginados, objetivo principal de su proyecto “Apoyo al fortalecimiento del Sistema Político Peruano”. Con el apoyo del PNUD, la II Escuela de Jóvenes Líderes Afrodescendientes acaba de ver egresar a su tercera promoción, preparada para ser parte de la construcción de su propio desarrollo y el desarrollo del país.

Gracias a la Escuela, 112 jóvenes mujeres afroperuanas se han quitado la mordaza que históricamente las relaciona con el silencio; esto sucede en particular en las poblaciones marginadas, en las que promover la participación e inclusión de las mujeres jóvenes en política es un trabajo sin descanso. Por ello es relevante la historia de Angie, más aún ahora que se comienza a gestar una nueva edición de la Escuela con énfasis en el tema de género y superando la transversalidad con que suele tocarse.

Durante los ocho meses que duró la II Escuela, Angie trabajó muy de cerca con los alumnos. Como tutora y directora de organización y comunicaciones de Ashanti se interesó por fortalecer y empoderar a las mujeres de la Escuela, quienes a diferencia de los hombres eran menos participativas: “no querían participar por temor a entrar en competencia con los hombres, creían que no eran capaces o tenían miedo a equivocarse. Pero en las participaciones virtuales ellas eran las que más trabajaban”. Las jóvenes afroperuanas tenían cosas que decir, las capacidades estaban ahí, solo necesitaban dejar de lado el miedo. La Escuela optó por generar los mismos espacios de participación a hombres y mujeres, a través del planteamiento de preguntas directas, en donde ninguna respuesta era dejada de lado.

Trabajar por la igualdad de género desde lo más pequeño fue fundamental. En las actividades o comisiones, las mujeres asumían el rol de líder o realizaban los trabajos que comúnmente no hacían. El fin era que no solo ellas se convencieran de que podían hacerlo, sino que los hombres de la escuela notaran que hombres y mujeres tenían las mismas capacidades. Trabajar por el empoderamiento iba de la mano con promover la igualdad de género.

Los resultados son motivo para continuar con el trabajo. Las mismas alumnas toman iniciativas, fuera de la Escuela, por trabajar por las mujeres afroperuanas. Rossmary Palma es egresada de la Escuela de Ashanti, tiene 18 años y a mediados de agosto realizó una réplica en El Carmen, Chincha, para trabajar con jóvenes de quinto de secundaria e incentivarlas a ser líderes. Angie recuerda que al inicio Rossmary era callada y con poca iniciativa; ahora las palabras le salen hasta por las orejas.

Angie tiene muchos planes para ella y para la Escuela en su afán por continuar trabajando, principalmente, por las mujeres jóvenes afrodescendientes. A veces debe luchar contra ellas mismas, que no se convencen de sus capacidades; otras veces, debe luchar por conseguir los espacios y oportunidades que se merecen. No cree en el desarrollo sin inclusión, pero sí fervientemente en lograr cambios. “Creo que si no lo hacemos, eso va a seguir, si no quiero que mis hijas vivan esto, debo continuar haciéndolo”. Angie, al igual que su madre, se propone construir una nueva historia.

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La Escuela de Formación de Jóvenes Líderes Afrodescendientes de Ashanti Perú, ha permitido que las jóvenes mujeres afroperuanas dejen en claro que también tienen algo que decir.

Angie Campos es de las mujeres que no se amilanan. Lo aprendió de su madre quien, desde que llegó a Huaycán, con su familia, decidió trabajar por el desarrollo de su comunidad: “ella participaba en la iglesia, ayudaba en la posta médica y trabajaba con las mujeres en los comedores. Todo el mundo la conocía”. Angie heredó de su madre la pasión por el trabajo social y siendo miembro de Ashanti aprendió a no dejar su voz callada.

Ashanti es una red peruana de jóvenes afro-descendientes, que desde el 2013 hacen realidad la Escuela de Formación de Jóvenes Líderes Afrodescendientes. En el 2014 el PNUD se sumó a este esfuerzo con el fin de promover la participación de los grupos históricamente marginados, objetivo principal de su proyecto “Apoyo al fortalecimiento del Sistema Político Peruano”. Con el apoyo del PNUD, la II Escuela de Jóvenes Líderes Afrodescendientes acaba de ver egresar a su tercera promoción, preparada para ser parte de la construcción de su propio desarrollo y el desarrollo del país.

Gracias a la Escuela, 112 jóvenes mujeres afroperuanas se han quitado la mordaza que históricamente las relaciona con el silencio; esto sucede en particular en las poblaciones marginadas, en las que promover la participación e inclusión de las mujeres jóvenes en política es un trabajo sin descanso. Por ello es relevante la historia de Angie, más aún ahora que se comienza a gestar una nueva edición de la Escuela con énfasis en el tema de género y superando la transversalidad con que suele tocarse.

Durante los ocho meses que duró la II Escuela, Angie trabajó muy de cerca con los alumnos. Como tutora y directora de organización y comunicaciones de Ashanti se interesó por fortalecer y empoderar a las mujeres de la Escuela, quienes a diferencia de los hombres eran menos participativas: “no querían participar por temor a entrar en competencia con los hombres, creían que no eran capaces o tenían miedo a equivocarse. Pero en las participaciones virtuales ellas eran las que más trabajaban”. Las jóvenes afroperuanas tenían cosas que decir, las capacidades estaban ahí, solo necesitaban dejar de lado el miedo. La Escuela optó por generar los mismos espacios de participación a hombres y mujeres, a través del planteamiento de preguntas directas, en donde ninguna respuesta era dejada de lado.

Trabajar por la igualdad de género desde lo más pequeño fue fundamental. En las actividades o comisiones, las mujeres asumían el rol de líder o realizaban los trabajos que comúnmente no hacían. El fin era que no solo ellas se convencieran de que podían hacerlo, sino que los hombres de la escuela notaran que hombres y mujeres tenían las mismas capacidades. Trabajar por el empoderamiento iba de la mano con promover la igualdad de género.

Los resultados son motivo para continuar con el trabajo. Las mismas alumnas toman iniciativas, fuera de la Escuela, por trabajar por las mujeres afroperuanas. Rossmary Palma es egresada de la Escuela de Ashanti, tiene 18 años y a mediados de agosto realizó una réplica en El Carmen, Chincha, para trabajar con jóvenes de quinto de secundaria e incentivarlas a ser líderes. Angie recuerda que al inicio Rossmary era callada y con poca iniciativa; ahora las palabras le salen hasta por las orejas.

Angie tiene muchos planes para ella y para la Escuela en su afán por continuar trabajando, principalmente, por las mujeres jóvenes afrodescendientes. A veces debe luchar contra ellas mismas, que no se convencen de sus capacidades; otras veces, debe luchar por conseguir los espacios y oportunidades que se merecen. No cree en el desarrollo sin inclusión, pero sí fervientemente en lograr cambios. “Creo que si no lo hacemos, eso va a seguir, si no quiero que mis hijas vivan esto, debo continuar haciéndolo”. Angie, al igual que su madre, se propone construir una nueva historia.

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