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Luz Haro

Entrevistas

Enviado por iKNOW Politics el
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December 17, 2012

Luz Haro

presidenta de la Asociación de mujeres de Juntas Parroquiales Rurales del Ecuador, AMJUPRE

iKNOW Politics:  Me gustaría empezar preguntándole por su trayectoria política ¿Cuándo comenzó? ¿Qué la motivó? ¿Qué oportunidades u obstáculos le significó el ser mujer?

Nunca me habían hecho esta pregunta así tan completa. Yo soy una mujer rural nacida en la provincia de Chimborazo, en el Ecuador, y residente en la provincia de Pastaza desde hace casi 30 años. Fui casi siempre una mujer enteramente entregada a la casa, a la familia, hasta que tuvimos dificultades económicas y entonces empecé a moverme un poco más hacia afuera para luchar por los derechos del campesinado, de la ruralidad, y también por el tema de las mujeres. Fue una lucha muy larga, como de 1990 a 1996. En 1990 también fundé la Asociación de Mujeres de Fátima, que es la parroquia rural en la que yo resido, en la provincia de Pastaza.

Con esta asociación gestionamos la primera Escuela de Formación de Mujeres Lideresas Rurales de la Amazonía, en la que participaron, entre 1996 y 1997, 200 mujeres de dos provincias: 150 de Pastaza y 50 de Morona Santiago. Los temas que se trabajaban eran desde autoestima, análisis de la coyuntura, liderazgo, participación política, todas estas cosas que no eran conocidas para nosotras, especialmente para las mujeres amazónicas, y menos aún para las rurales.

En diciembre de 1995, visita la provincia la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas, que recién se había constituido de hecho el 7 de julio de ese año. Y luego me invitan al Primer Congreso de Mujeres Ecuatorianas, que se realiza en Quito el 8 y 9 de febrero de 1996. Y yo, mujer rural, salgo a este primer congreso acompañada por dos jovencitas de la misma provincia, y me proponen candidatearme para la elección del primer directorio de la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas. Y es ahí donde, curiosamente, gano con la más alta votación, a pesar de que estaba compitiendo con mujeres economistas, sociólogas, técnicas de la zona urbana.

Quizá lo que despertó el interés de estas mujeres, de estas mil mujeres de todo el país, es que yo dije que esperaba que, al menos en un escenario donde están las mujeres, haya apertura para las mujeres rurales y amazónicas, que pertenecen a sectores totalmente marginados, postergados. Y entonces, no sé, algo tocó esto, porque yo había dicho que los gobernantes de turno han gobernado de espaldas a la ruralidad y a la Amazonía. Entonces, las mujeres empezaron a abrazarme y me dijeron: «Te vamos a apoyar, te vamos a apoyar». Y así, cuando se hizo la elección, yo alcanzo la más alta votación para dirigente nacional. Salí de la parroquia rural para convertirme en una dirigente nacional de la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas.

En 1996, fui invitada a integrarme al grupo que iba, representando al Ecuador, al Primer Encuentro Latinoamericano del Caribe de Mujeres Rurales. Yo creo que la década de 1990 marcó mi vida, a través de la lucha por la ruralidad y las mujeres rurales.

Pero algo curioso acerca de qué me llevó a la política es que yo detestaba la palabra política. Y la detestaba porque en la época de la guerra con el Perú, las y los campesinos habíamos vivido una persecución muy dura. La inflación había subido al 130%, y por eso yo decía que las y los políticos nos tenían en la ruina. En la Coordinadora Política me hicieron entender que la política no es mala; lo malo es lo que hacen las y los politiqueros y eso es lo que perjudica a la ciudadanía. Entonces, fueron cambiando un poco mi forma de ver las cosas, mi modo de marcar la pauta, y más adelante empecé ya a involucrarme.

En el año 2000, nacen los gobiernos parroquiales autónomos descentralizados, porque la Constitución de 1998 en el Ecuador los reconoce con la categoría de gobiernos. Éramos 785 y yo fui elegida a la junta parroquial con la más alta votación en mi localidad. Eso me permitió ser presidenta de este minigobierno local que nace autónomamente, sin un centavo, por cierto, ni ley ni reglamento. Tuvimos que luchar durísimo, trabajar muchísimo durante 21 meses, con plata y persona, para levantar desde cero la institucionalidad de las juntas parroquiales. Y esto mismo de haber sido dado por la Constitución y la ley, pero de no existir un solo centavo, hizo como que se fueran atando los cabos y me fui involucrando en un espacio del que ya no conseguí salir, porque cada vez sentía como más sed y hambre de hacer algo por el sector rural y las mujeres.

Luego, fundé la Asociación de Juntas Rurales de Pastaza, de las 17 parroquias rurales de la provincia, y fui unas de las cinco que luchamos a nivel nacional para conseguir la ley y el reglamento, así como los acuerdos ministeriales para dejar sentadas las bases de lo que hoy son los gobiernos parroquiales.

Para mí, esa fase entre 1990 hasta el 2005 fue la mejor universidad, sin quitarle méritos a nadie, porque tuve que aprender a desenvolverme en el campo de esto de ir construyendo procesos. También aprendí a desenvolverme pasando de lo privado a lo público, y entendiendo que un centavo del sector público, así fuera un centavo, tenía que ser manejado de manera mucho más consciente y responsable, y teníamos que ser transparentes. No porque no lo hubiéramos sido, sino porque esto va atado al tema legal, tal como exigen las normas en cada uno de los países.

A final de las juntas parroquiales, en junio del 2005, entregué el mandato, y propuse una organización horizontal participativa en el Consejo Nacional de Juntas Parroquiales Rurales del Ecuador (Conajupare), que hoy se llama Conagopare. En las juntas, de las 785 que comenzamos, ahora somos más de 800. De cada provincia salía un miembro para formar parte del Directorio Nacional y un Secretarial Ejecutivo, y de ese Secretarial Ejecutivo salía, justamente, la representación de las juntas en el más alto nivel. Entonces, fue una organización absolutamente distinta, horizontal, y me siento satisfecha de haber dejado ese esquema porque permitió que la gente de la ruralidad vaya sacando la pata del lodo y que vayamos aprendiendo a ubicarnos en todo nivel para debatir, analizar, proponer, deliberar, pues hasta el año 2000, nosotros, como sector rural, nos considerábamos absolutamente objetos y no sujetos políticos.

iKNOW Politics: En su opinión, ¿cuáles son los tres principales retos que tienen que enfrentar las mujeres rurales para acceder a la política y cuáles las estrategias para vencerlos?

Desde el 2005, en que fundé la Asociación de Mujeres de Juntas Parroquiales Rurales, hemos trabajado con las escuelas de formación con el deseo de resarcir los años de exclusión en los que nosotras, las mujeres rurales, no teníamos voz propia. Entonces, creo que lo primero es luchar para que las políticas públicas incluyan planes y programas que permitan la formación de aquellas mujeres que no hemos podido ir a la academia —yo he tenido que hacerlo a lo largo del camino; si me da tiempo, lo contaré—. Creo que las políticas públicas deben garantizar que no solamente se invierta en cemento y en obras físicas, sino que se invierta en la formación de capital humano desde abajo, desde las comunidades.

Un pueblo formado, educado, tendrá mujeres con un potencial de conocimiento, que ya podrán ser mucho más propositivas en todas las acciones que realicen de abajo hacia arriba, para mejorar la calidad de vida no solo de ellas mismas sino de sus familias, sus comunidades, de la sociedad en general. Al no haber completado sus estudios secundarios, lo que hay que hacer es buscar escuelas de formación que permitan que las mujeres vayan adquiriendo herramientas propias, capacidades individuales y grupales para poder organizarse, para poder actuar de manera mucho más directa. Y luego, lo otro que se debe lograr con estas formaciones es que las mujeres pierdan el miedo y se involucren en la toma de decisiones. Si las mujeres empezamos a opinar y a dar nuestro propio criterio, la balanza se va a inclinar de manera distinta.

Ojalá que las y los gobernantes de la mayoría de nuestros países latinoamericanos —y lo digo con respeto— tengan este convencimiento de que hay que invertir en el ser humano y especialmente en las mujeres, por ser las formadoras de las familias. Eso no se tiene que ver como gasto sino como inversión, como la mejor inversión. Yo creo que en el momento en que las y los gobernantes empiecen a ver y a entender esto, muchas cosas cambiarán y las mujeres con conocimientos podremos ser, más bien, las que aportemos al desarrollo integral de todos y de todas. Pero eso creo que nos va a llevar mucho tiempo.

Nosotras, no sé cómo, hemos inundado las aulas de capacitación cuando hemos formado a mujeres de distinta edad, desde jovencitas hasta mayores, porque no nos interesa el color de la piel. Y esa es otra cuestión, que hay que empezar a brindar espacios no segregando sino incluyendo, para poder compartir las distintas realidades, las distintas formas de discriminación que hemos vivido. Porque hay elementos comunes que nos unen a las mujeres que no hemos podido ir a la escuela, que no hemos podido cursar el colegio, la universidad, porque no hemos tenido espacio, porque en la comunidad solamente los hombres deciden y las mujeres estamos para hacer el trabajo familiar y comunitario. Entonces, yo creo que en el momento en que se rompa esto, realmente habrá una verdadera democracia, mucho más justa y equilibrada.

iKNOW Politics: Respecto a lo que está diciendo, hay muchos estudios que señalan que las mujeres, efectivamente, luchan por acceder a la política, pero una vez que están en la política no intentan —si ocupan algún cargo— la reelección. Es decir, las mujeres acceden a cargos políticos pero no se quedan en la política. ¿Cuál es su experiencia al respecto?

Primero, yo creo que de todo lo que tenemos —al menos en nuestros países latinoamericanos y particularmente en el Ecuador—, nada ha sido gratis. Todo ha sido producto de un gran esfuerzo. Hemos luchado, a lo largo de la historia, para ir construyendo espacios y escenarios a los que las mujeres puedan acceder. Tal es el caso de que en la Constitución ecuatoriana de 1998, por primera vez se recoge la palabra mujer, porque hasta entonces era el hombre ciudadano ecuatoriano y no aparecía la palabra mujer. Figuraba la participación política de las mujeres, pero como no se daba cumplimiento, luchamos, y en el 2000 se consigue la Ley de Cuotas, y con esa ley se empieza a alcanzar el 30% y se va creciendo hasta llegar al 50/50, pero de manera alternada y secuencial. ¿Pero qué hacían los políticos? Por ejemplo, si en una concejalía había 15 espacios, ponían en los 10 primeros a hombres y los últimos eran para las mujeres, que estaban de relleno o de suplentes. Esa ha sido otra de las realidades contra las que nos ha tocado luchar.

Puede ser que las mujeres no busquen ser reelegidas y eso, seguramente, tiene que ver con el sistema que nos ha dominado históricamente. De acuerdo con la Constitución del 2008, ahora tenemos la paridad,  y por eso varias mujeres llegaron en un 35% a Montecristi [sede de la Asamblea Constituyente del Ecuador], para construir la Constitución actual. Luego la Constitución ya exige que todas las listas estén equilibradas, con presencia de hombres y mujeres, aunque no están así. Porque, por ejemplo, en las juntas parroquiales rurales, se elige a 5 principales y 5 suplentes; entonces, sucede que en el 98% de los casos están encabezadas por hombres. Entonces, eso les da la composición hombre, mujer, hombre, mujer, hombre; es decir, hay una prevalencia de los hombres y además casi siempre encabezan las listas. Por eso los hombres llegan con mayor fuerza.

Algunas mujeres que han podido encabezar las listas, han logrado llegar a las alcaldías incluso como alcaldesas, a las concejalías o a las juntas parroquiales. Pero es tan fuerte la presión dentro del ejercicio del gobierno, que hemos visto a las compañeras llorando, diciendo: «No aguanto más, no aguanto más». ¿Por qué? Porque las mujeres, que hemos sido víctimas de violencia física, víctimas de violencia psicológica, víctimas de violencia patrimonial, somos ahora víctimas de violencia política. No me dejarán mentir y supongo que debe de estar publicado, pero me parece que hace como tres meses finalmente mataron a una concejala de Bolivia que la venían golpeando, la venían encerrando, la venían persiguiendo hasta que, finalmente, la mataron.

Muchas, muchas mujeres han sido víctimas de su familia, de su pareja o del grupo con el que les toca gobernar. Entonces, eso asusta a las mujeres, que no hemos estado históricamente acostumbradas a la toma de decisiones, a la toma de poder. Penosamente, por el otro lado, como que nos sentimos atadas a ese tronco histórico de haber nacido para estar en la casa. Por eso hay que seguir trabajando para fortalecer a las mujeres, para que no se sientan solas sino que sepan que hay grupos de la sociedad civil que las apoyan. Desde las mujeres, desde las organizaciones, hay que trabajar para fortalecer a las mujeres que van al espacio de gobierno; quienes se quedan en la sociedad civil, en las ONG, tienen que hacer un acompañamiento para que las mujeres que están en la toma de decisiones no se sientan solas.

Y las mujeres que están en el poder tampoco deberían olvidarse que ellas no llegaron allí por sí solas, sino que hubo todo un trabajo desde atrás que construyó un camino, una escalinata, una historia, y que eso les permitió llegar. Porque claro, la ley es general, y a veces también llegan mujeres sin ningún compromiso, sin ningún antecedente, sin haber hecho absolutamente nada por el proceso de construcción del poder para las mujeres. Por eso no se puede afirmar que toda mujer representa a la mujer; hay mujeres que pueden representar más a los hombres que a las mujeres, o que para sentirse cómodas o no sentirse golpeadas, agredidas o relegadas optan por sumarse a lo general y no se comprometen con la consolidación de los espacios para las mujeres. Entonces, hay una serie de situaciones que hay que seguir analizando, pero yo creo que en las juntas parroquiales de los gobiernos parroquiales, o en los gobiernos en general, cuanto más de base sea la mujer, su vida va a ser mucho más complicada.

Yo he podido llegar medianamente hasta la junta parroquial. Alguna vez alguien me dijo: «Pero usted, con su perfil, ¿por qué está en ese disparate?». Yo decía que al espacio se lo hace grande desde cualquier lugar en el que uno esté, y efectivamente, ese trabajo permitió dignificar a las juntas parroquiales, dejar sentada la autonomía de las juntas parroquiales, con plata o sin plata, aunque eso implicó mucho esfuerzo personal. Durante casi los 21 meses, tuve que gobernar desde el corredor mi casa, y tengo una casa muy modesta. Y luego, a través de las y los amigos y aliados estratégicos que había construido a lo largo del camino, empecé a buscar proyectos para poder llevar a mi parroquia rural.

Pero no en todos los casos pasa lo mismo, y no es porque las mujeres sean buenas o malas sino porque no ha habido ese esfuerzo de construir permanentemente este camino de consolidación, enfocado primero en la mentalidad de las mujeres, en saber que tenemos que estar ahí para luchar, para consolidar y fortalecer los escenarios que tenemos, y generar otros nuevos. Entonces, por eso corremos riesgos que van incluso hasta el peligro de morir en manos de aquellos que se han creído dueños del poder.

iKNOW Politics: ¿Qué han representado las alianzas en su carrera política? ¿Han sido importantes? Le hago esta pregunta desde el contexto de iKNOW Politics, una red de redes que pretende fortalecer las alianzas entre las mujeres en política. Además, pese a las dificultades que se presentan en el ámbito rural, ¿ustedes han tenido la posibilidad de utilizar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), particularmente Internet?

Primero, yo creo que las alianzas estratégicas son claves. Obviamente, hay que saber con quién aliarse, con quién podemos caminar a la par o quiénes apuestan por la causa de las mujeres rurales sin imposiciones, sino más bien con respeto por sus procesos, su cultura, sus costumbres, sus tradiciones. Creo que hay que actuar con tino para ir formando el capital humano de ellas. Por suerte, creo que hasta ahora no me he equivocado, he contado con valiosas alianzas estratégicas para hacer lo que he tenido que hacer. Sin embargo, no me siento plenamente satisfecha, creo que queda mucho por hacer. He podido luchar por el campesinado, luchar por las mujeres, particularmente por las mujeres rurales. Esto me deja muchas satisfacciones, aunque a veces también se despierta una impotencia y una desesperación por no tener espacios de poder desde los cuales decidir la inversión en beneficio de otras congéneres mías, especialmente del área rural.

Hablando de las mujeres rurales y las TIC, quiero mencionar el III Encuentro de Mujeres Rurales de América Latina y el Caribe, que se realizó en el Ecuador del 5 al 9 de marzo del 2012 y en el que me tocó participar como coordinadora. El I Encuentro de Mujeres Rurales se hizo en Fortaleza, Brasil, en 1996; el segundo en Tlaxcala, México, en el 2005, y ahora el Ecuador fue elegido como sede. En este encuentro, respecto de las TIC, ellas —para no hablar a título personal— llegaron a la conclusión de que donde más se notan las brechas, la ausencia del conocimiento y la falta de acceso se dan en el ámbito rural. ¿Por qué? Porque en la parte rural de nuestros países latinoamericanos es donde se concentra el analfabetismo total o parcial; así lo llamo yo, aunque también se lo llama de otra manera, pero yo prefiero llamarlo con nuestras propias palabras.

Entonces, decían las mujeres, si es que hay Internet y no tenemos energía eléctrica, ¿qué pasa? Y suponiendo que tengamos Internet y energía eléctrica, pero si no tenemos el computador, ¿qué pasa? Y si tenemos estos tres —la energía eléctrica, Internet y el computador—, pero no tenemos el conocimiento, ¿qué pasa? ¿Cómo podemos acceder al conocimiento si muchas de nosotras somos analfabetas? Entonces, en el área rural hay mucho que trabajar, precisamente por eso,  para ir dotando a las mujeres de oportunidades, de conocimientos que permitan que vayamos perdiendo el miedo a actuar.

Y en este tema, puedo hablar de mí misma. En mi infancia, cuando yo tenía 10, 12 años —ahora tengo 63 años—, en el Ecuador no era obligatorio que las niñas rurales terminen la escuela primaria. Yo tuve que terminar mi escuela primaria —quinto y sexto grado, los dos últimos años— pasando los 20 años, en la escuela de adultos, luego de haberme escapado de la casa a los 14 años para que no me impusieran a una pareja que yo no quería. He tenido que salir a trabajar y sostener la economía paterna, materna, porque soy la primera de nueve hermanos. Y más adelante, recién después de casada, a los 35 años, he ido al primer curso para empezar a formarme en el bachillerato, y luego poder decir que ya me gradué de bachiller y que ahora quiero que mis hijos sean lo que yo no pude ser. Porque las becas para educar a los hijos y las hijas se han quedado en las manos de las y los gobernantes y nunca ha bajado a las bases. Entonces, hemos tenido que bregar mucho para que nuestros hijos sean personas con mejores posibilidades.

Yo misma, para graduarme más adelante, en el 2003, me matriculé para seguir mi licenciatura sin saber si iba a poder o no terminarla. Y tuve que —¿en qué año habrá sido eso, en el 2006?— empezar a perderles el miedo a las tecnologías, comprarme un computador y empezar a preparar la tesis para poder graduarme de la licenciatura, escribiendo quizá una hoja en un día y siguiendo instrucciones y cursos para poder nivelarme.

Las manos de nosotras, las personas rurales, son mucho más pesadas que las manos de la población urbana, porque trabajamos con las herramientas del campo, porque manejamos el machete, el azadón, las herramientas para cuidar a los animales. Entonces, tenemos hasta las manos mucho más torpes, no tenemos la agilidad que pueden tener las mujeres o las personas que están en el área urbana. Entonces, esas son cosas que te marcan mucho, no es la misma realidad, no.

Por eso, yo ahora soy una convencida de que hay que defender lo nuestro. Hay que proponer que las y los gobernantes de turno consideren la creación de oportunidades en el campo no como un gasto, sino como la mejor inversión. Y que los organismos internacionales sigan brindando oportunidades a las mujeres rurales como un mecanismo de resarcimiento por los años de exclusión, para que podamos quedarnos a vivir aquí, pero en condiciones de dignidad. Para que podamos ir motivando a nuestros hijos y a nuestras hijas a que se queden en el campo, pero en condiciones mucho más favorables, en las que podamos acceder a la comunicación.

Yo misma hace apenas un año tengo Internet en mi casa. Para seguir mis estudios, mis diplomados virtuales después de la licenciatura, tenía que salir a alquilar un café net en la ciudad. Y cuando me ponían los foros a las 7 de la mañana, nadie me habría el café net a esa hora; o tenía que mandar tareas hasta las 11:30 de la noche y nadie me podía alquilar a esa hora. Entonces, a veces he tenido que recurrir a amigos o amigas que tienen casas en la ciudad para que me permitan acceder; han sido aliados estratégicos que me han permitido cumplir con este desafío del estudio. Soy una loca convencida de que solo el conocimiento nos hace libres y de que solo aprendiendo cosas podemos apoyar a los demás. Como nadie hace nada por nosotros, he tenido que entender que primero tengo que construirme yo, valorarme yo, quererme yo, fortalecerme yo; no como egoísmo, sino como una herramienta para poder revertir hacia las mujeres.

Nosotras, en el Ecuador, hemos realizado actividades de formación —también con el apoyo del Instituto de Comunicación y Desarrollo (ICD) de Holanda, que trabaja mucho en el tema de las TIC— en las que hemos llevado a las mujeres a las universidades —por ejemplo a la Salesiana, una de nuestras aliadas estratégicas—y las hemos sentado frente a un computador para que sientan el mouse, el teclado. Y ellas estaban llenas de pánico, pero luego han dicho: «Ahora no queremos despegarnos del computador, ahora queremos aprender, tenemos alas propias para volar».

Entonces, solo es cuestión de ir generando este tipo de espacios, este tipo de oportunidades, y estoy convencida de que es realmente darle la vuelta a la moneda y ver cómo las mujeres empiezan a sentirse mucho más animadas al descubrir que tienen tantas capacidades. Incluso vuelven a sus casas a motivar a sus hijas, a apoyarlas en sus tareas, a acompañarlas en las cosas que hacen. Creo que la cooperación internacional, las ONG, los organismos, los gobiernos, deben ver que sembrar en las mujeres rurales, como suelo decir, es sembrar en terreno fértil. Porque no es que no tengamos cerebro; lo que no tenemos y nos hace falta son oportunidades.

iKNOW Politics: Para terminar esta interesante entrevista, quiero preguntarle qué les diría a aquellas mujeres jóvenes del mundo rural que se sienten atraídas por la política y quisieran hacer algún cambio, pero que piensan que es un mundo muy difícil y les resulta imposible imaginarse actuando en él.

Las jóvenes tienen grandes ventajas. Tienen la vida por delante, tienen mejores condiciones. Ahora hay muchos medios para educarnos, muchas posibilidades de colegios, de universidades. Tienen que ser invencibles, tienen que agarrar la posta y no dejar que nadie se les arrebate porque su vida es suya, su cuerpo es suyo, su talento es suyo, sus decisiones son suyas, y tienen que estar dispuestas a sostener todo lo suyo contra viento y marea.

No importa si nos golpeamos contra las murallas, no importa si nos despellejamos los pies o las manos, figurativamente. Hay que aguantar todo eso en el tiempo para llegar a ser verdaderas protagonistas, actoras relevantes. Para tener nuestra propia voz, para construir desde nuestras vivencias aquello que queremos que se ponga en las políticas públicas y decir que, realmente, no hay nada imposible. Para mí, no hay nada imposible. Querer es poder, y si yo quiero, puedo. Y no deben dejar para mañana lo que pueden hacer ahora, porque eso les va a permitir avanzar. No sabemos si mañana vamos a estar vivas, pero lo que hagamos ahora es importante.

Día de la entrevista
Región
presidenta de la Asociación de mujeres de Juntas Parroquiales Rurales del Ecuador, AMJUPRE

iKNOW Politics:  Me gustaría empezar preguntándole por su trayectoria política ¿Cuándo comenzó? ¿Qué la motivó? ¿Qué oportunidades u obstáculos le significó el ser mujer?

Nunca me habían hecho esta pregunta así tan completa. Yo soy una mujer rural nacida en la provincia de Chimborazo, en el Ecuador, y residente en la provincia de Pastaza desde hace casi 30 años. Fui casi siempre una mujer enteramente entregada a la casa, a la familia, hasta que tuvimos dificultades económicas y entonces empecé a moverme un poco más hacia afuera para luchar por los derechos del campesinado, de la ruralidad, y también por el tema de las mujeres. Fue una lucha muy larga, como de 1990 a 1996. En 1990 también fundé la Asociación de Mujeres de Fátima, que es la parroquia rural en la que yo resido, en la provincia de Pastaza.

Con esta asociación gestionamos la primera Escuela de Formación de Mujeres Lideresas Rurales de la Amazonía, en la que participaron, entre 1996 y 1997, 200 mujeres de dos provincias: 150 de Pastaza y 50 de Morona Santiago. Los temas que se trabajaban eran desde autoestima, análisis de la coyuntura, liderazgo, participación política, todas estas cosas que no eran conocidas para nosotras, especialmente para las mujeres amazónicas, y menos aún para las rurales.

En diciembre de 1995, visita la provincia la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas, que recién se había constituido de hecho el 7 de julio de ese año. Y luego me invitan al Primer Congreso de Mujeres Ecuatorianas, que se realiza en Quito el 8 y 9 de febrero de 1996. Y yo, mujer rural, salgo a este primer congreso acompañada por dos jovencitas de la misma provincia, y me proponen candidatearme para la elección del primer directorio de la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas. Y es ahí donde, curiosamente, gano con la más alta votación, a pesar de que estaba compitiendo con mujeres economistas, sociólogas, técnicas de la zona urbana.

Quizá lo que despertó el interés de estas mujeres, de estas mil mujeres de todo el país, es que yo dije que esperaba que, al menos en un escenario donde están las mujeres, haya apertura para las mujeres rurales y amazónicas, que pertenecen a sectores totalmente marginados, postergados. Y entonces, no sé, algo tocó esto, porque yo había dicho que los gobernantes de turno han gobernado de espaldas a la ruralidad y a la Amazonía. Entonces, las mujeres empezaron a abrazarme y me dijeron: «Te vamos a apoyar, te vamos a apoyar». Y así, cuando se hizo la elección, yo alcanzo la más alta votación para dirigente nacional. Salí de la parroquia rural para convertirme en una dirigente nacional de la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas.

En 1996, fui invitada a integrarme al grupo que iba, representando al Ecuador, al Primer Encuentro Latinoamericano del Caribe de Mujeres Rurales. Yo creo que la década de 1990 marcó mi vida, a través de la lucha por la ruralidad y las mujeres rurales.

Pero algo curioso acerca de qué me llevó a la política es que yo detestaba la palabra política. Y la detestaba porque en la época de la guerra con el Perú, las y los campesinos habíamos vivido una persecución muy dura. La inflación había subido al 130%, y por eso yo decía que las y los políticos nos tenían en la ruina. En la Coordinadora Política me hicieron entender que la política no es mala; lo malo es lo que hacen las y los politiqueros y eso es lo que perjudica a la ciudadanía. Entonces, fueron cambiando un poco mi forma de ver las cosas, mi modo de marcar la pauta, y más adelante empecé ya a involucrarme.

En el año 2000, nacen los gobiernos parroquiales autónomos descentralizados, porque la Constitución de 1998 en el Ecuador los reconoce con la categoría de gobiernos. Éramos 785 y yo fui elegida a la junta parroquial con la más alta votación en mi localidad. Eso me permitió ser presidenta de este minigobierno local que nace autónomamente, sin un centavo, por cierto, ni ley ni reglamento. Tuvimos que luchar durísimo, trabajar muchísimo durante 21 meses, con plata y persona, para levantar desde cero la institucionalidad de las juntas parroquiales. Y esto mismo de haber sido dado por la Constitución y la ley, pero de no existir un solo centavo, hizo como que se fueran atando los cabos y me fui involucrando en un espacio del que ya no conseguí salir, porque cada vez sentía como más sed y hambre de hacer algo por el sector rural y las mujeres.

Luego, fundé la Asociación de Juntas Rurales de Pastaza, de las 17 parroquias rurales de la provincia, y fui unas de las cinco que luchamos a nivel nacional para conseguir la ley y el reglamento, así como los acuerdos ministeriales para dejar sentadas las bases de lo que hoy son los gobiernos parroquiales.

Para mí, esa fase entre 1990 hasta el 2005 fue la mejor universidad, sin quitarle méritos a nadie, porque tuve que aprender a desenvolverme en el campo de esto de ir construyendo procesos. También aprendí a desenvolverme pasando de lo privado a lo público, y entendiendo que un centavo del sector público, así fuera un centavo, tenía que ser manejado de manera mucho más consciente y responsable, y teníamos que ser transparentes. No porque no lo hubiéramos sido, sino porque esto va atado al tema legal, tal como exigen las normas en cada uno de los países.

A final de las juntas parroquiales, en junio del 2005, entregué el mandato, y propuse una organización horizontal participativa en el Consejo Nacional de Juntas Parroquiales Rurales del Ecuador (Conajupare), que hoy se llama Conagopare. En las juntas, de las 785 que comenzamos, ahora somos más de 800. De cada provincia salía un miembro para formar parte del Directorio Nacional y un Secretarial Ejecutivo, y de ese Secretarial Ejecutivo salía, justamente, la representación de las juntas en el más alto nivel. Entonces, fue una organización absolutamente distinta, horizontal, y me siento satisfecha de haber dejado ese esquema porque permitió que la gente de la ruralidad vaya sacando la pata del lodo y que vayamos aprendiendo a ubicarnos en todo nivel para debatir, analizar, proponer, deliberar, pues hasta el año 2000, nosotros, como sector rural, nos considerábamos absolutamente objetos y no sujetos políticos.

iKNOW Politics: En su opinión, ¿cuáles son los tres principales retos que tienen que enfrentar las mujeres rurales para acceder a la política y cuáles las estrategias para vencerlos?

Desde el 2005, en que fundé la Asociación de Mujeres de Juntas Parroquiales Rurales, hemos trabajado con las escuelas de formación con el deseo de resarcir los años de exclusión en los que nosotras, las mujeres rurales, no teníamos voz propia. Entonces, creo que lo primero es luchar para que las políticas públicas incluyan planes y programas que permitan la formación de aquellas mujeres que no hemos podido ir a la academia —yo he tenido que hacerlo a lo largo del camino; si me da tiempo, lo contaré—. Creo que las políticas públicas deben garantizar que no solamente se invierta en cemento y en obras físicas, sino que se invierta en la formación de capital humano desde abajo, desde las comunidades.

Un pueblo formado, educado, tendrá mujeres con un potencial de conocimiento, que ya podrán ser mucho más propositivas en todas las acciones que realicen de abajo hacia arriba, para mejorar la calidad de vida no solo de ellas mismas sino de sus familias, sus comunidades, de la sociedad en general. Al no haber completado sus estudios secundarios, lo que hay que hacer es buscar escuelas de formación que permitan que las mujeres vayan adquiriendo herramientas propias, capacidades individuales y grupales para poder organizarse, para poder actuar de manera mucho más directa. Y luego, lo otro que se debe lograr con estas formaciones es que las mujeres pierdan el miedo y se involucren en la toma de decisiones. Si las mujeres empezamos a opinar y a dar nuestro propio criterio, la balanza se va a inclinar de manera distinta.

Ojalá que las y los gobernantes de la mayoría de nuestros países latinoamericanos —y lo digo con respeto— tengan este convencimiento de que hay que invertir en el ser humano y especialmente en las mujeres, por ser las formadoras de las familias. Eso no se tiene que ver como gasto sino como inversión, como la mejor inversión. Yo creo que en el momento en que las y los gobernantes empiecen a ver y a entender esto, muchas cosas cambiarán y las mujeres con conocimientos podremos ser, más bien, las que aportemos al desarrollo integral de todos y de todas. Pero eso creo que nos va a llevar mucho tiempo.

Nosotras, no sé cómo, hemos inundado las aulas de capacitación cuando hemos formado a mujeres de distinta edad, desde jovencitas hasta mayores, porque no nos interesa el color de la piel. Y esa es otra cuestión, que hay que empezar a brindar espacios no segregando sino incluyendo, para poder compartir las distintas realidades, las distintas formas de discriminación que hemos vivido. Porque hay elementos comunes que nos unen a las mujeres que no hemos podido ir a la escuela, que no hemos podido cursar el colegio, la universidad, porque no hemos tenido espacio, porque en la comunidad solamente los hombres deciden y las mujeres estamos para hacer el trabajo familiar y comunitario. Entonces, yo creo que en el momento en que se rompa esto, realmente habrá una verdadera democracia, mucho más justa y equilibrada.

iKNOW Politics: Respecto a lo que está diciendo, hay muchos estudios que señalan que las mujeres, efectivamente, luchan por acceder a la política, pero una vez que están en la política no intentan —si ocupan algún cargo— la reelección. Es decir, las mujeres acceden a cargos políticos pero no se quedan en la política. ¿Cuál es su experiencia al respecto?

Primero, yo creo que de todo lo que tenemos —al menos en nuestros países latinoamericanos y particularmente en el Ecuador—, nada ha sido gratis. Todo ha sido producto de un gran esfuerzo. Hemos luchado, a lo largo de la historia, para ir construyendo espacios y escenarios a los que las mujeres puedan acceder. Tal es el caso de que en la Constitución ecuatoriana de 1998, por primera vez se recoge la palabra mujer, porque hasta entonces era el hombre ciudadano ecuatoriano y no aparecía la palabra mujer. Figuraba la participación política de las mujeres, pero como no se daba cumplimiento, luchamos, y en el 2000 se consigue la Ley de Cuotas, y con esa ley se empieza a alcanzar el 30% y se va creciendo hasta llegar al 50/50, pero de manera alternada y secuencial. ¿Pero qué hacían los políticos? Por ejemplo, si en una concejalía había 15 espacios, ponían en los 10 primeros a hombres y los últimos eran para las mujeres, que estaban de relleno o de suplentes. Esa ha sido otra de las realidades contra las que nos ha tocado luchar.

Puede ser que las mujeres no busquen ser reelegidas y eso, seguramente, tiene que ver con el sistema que nos ha dominado históricamente. De acuerdo con la Constitución del 2008, ahora tenemos la paridad,  y por eso varias mujeres llegaron en un 35% a Montecristi [sede de la Asamblea Constituyente del Ecuador], para construir la Constitución actual. Luego la Constitución ya exige que todas las listas estén equilibradas, con presencia de hombres y mujeres, aunque no están así. Porque, por ejemplo, en las juntas parroquiales rurales, se elige a 5 principales y 5 suplentes; entonces, sucede que en el 98% de los casos están encabezadas por hombres. Entonces, eso les da la composición hombre, mujer, hombre, mujer, hombre; es decir, hay una prevalencia de los hombres y además casi siempre encabezan las listas. Por eso los hombres llegan con mayor fuerza.

Algunas mujeres que han podido encabezar las listas, han logrado llegar a las alcaldías incluso como alcaldesas, a las concejalías o a las juntas parroquiales. Pero es tan fuerte la presión dentro del ejercicio del gobierno, que hemos visto a las compañeras llorando, diciendo: «No aguanto más, no aguanto más». ¿Por qué? Porque las mujeres, que hemos sido víctimas de violencia física, víctimas de violencia psicológica, víctimas de violencia patrimonial, somos ahora víctimas de violencia política. No me dejarán mentir y supongo que debe de estar publicado, pero me parece que hace como tres meses finalmente mataron a una concejala de Bolivia que la venían golpeando, la venían encerrando, la venían persiguiendo hasta que, finalmente, la mataron.

Muchas, muchas mujeres han sido víctimas de su familia, de su pareja o del grupo con el que les toca gobernar. Entonces, eso asusta a las mujeres, que no hemos estado históricamente acostumbradas a la toma de decisiones, a la toma de poder. Penosamente, por el otro lado, como que nos sentimos atadas a ese tronco histórico de haber nacido para estar en la casa. Por eso hay que seguir trabajando para fortalecer a las mujeres, para que no se sientan solas sino que sepan que hay grupos de la sociedad civil que las apoyan. Desde las mujeres, desde las organizaciones, hay que trabajar para fortalecer a las mujeres que van al espacio de gobierno; quienes se quedan en la sociedad civil, en las ONG, tienen que hacer un acompañamiento para que las mujeres que están en la toma de decisiones no se sientan solas.

Y las mujeres que están en el poder tampoco deberían olvidarse que ellas no llegaron allí por sí solas, sino que hubo todo un trabajo desde atrás que construyó un camino, una escalinata, una historia, y que eso les permitió llegar. Porque claro, la ley es general, y a veces también llegan mujeres sin ningún compromiso, sin ningún antecedente, sin haber hecho absolutamente nada por el proceso de construcción del poder para las mujeres. Por eso no se puede afirmar que toda mujer representa a la mujer; hay mujeres que pueden representar más a los hombres que a las mujeres, o que para sentirse cómodas o no sentirse golpeadas, agredidas o relegadas optan por sumarse a lo general y no se comprometen con la consolidación de los espacios para las mujeres. Entonces, hay una serie de situaciones que hay que seguir analizando, pero yo creo que en las juntas parroquiales de los gobiernos parroquiales, o en los gobiernos en general, cuanto más de base sea la mujer, su vida va a ser mucho más complicada.

Yo he podido llegar medianamente hasta la junta parroquial. Alguna vez alguien me dijo: «Pero usted, con su perfil, ¿por qué está en ese disparate?». Yo decía que al espacio se lo hace grande desde cualquier lugar en el que uno esté, y efectivamente, ese trabajo permitió dignificar a las juntas parroquiales, dejar sentada la autonomía de las juntas parroquiales, con plata o sin plata, aunque eso implicó mucho esfuerzo personal. Durante casi los 21 meses, tuve que gobernar desde el corredor mi casa, y tengo una casa muy modesta. Y luego, a través de las y los amigos y aliados estratégicos que había construido a lo largo del camino, empecé a buscar proyectos para poder llevar a mi parroquia rural.

Pero no en todos los casos pasa lo mismo, y no es porque las mujeres sean buenas o malas sino porque no ha habido ese esfuerzo de construir permanentemente este camino de consolidación, enfocado primero en la mentalidad de las mujeres, en saber que tenemos que estar ahí para luchar, para consolidar y fortalecer los escenarios que tenemos, y generar otros nuevos. Entonces, por eso corremos riesgos que van incluso hasta el peligro de morir en manos de aquellos que se han creído dueños del poder.

iKNOW Politics: ¿Qué han representado las alianzas en su carrera política? ¿Han sido importantes? Le hago esta pregunta desde el contexto de iKNOW Politics, una red de redes que pretende fortalecer las alianzas entre las mujeres en política. Además, pese a las dificultades que se presentan en el ámbito rural, ¿ustedes han tenido la posibilidad de utilizar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), particularmente Internet?

Primero, yo creo que las alianzas estratégicas son claves. Obviamente, hay que saber con quién aliarse, con quién podemos caminar a la par o quiénes apuestan por la causa de las mujeres rurales sin imposiciones, sino más bien con respeto por sus procesos, su cultura, sus costumbres, sus tradiciones. Creo que hay que actuar con tino para ir formando el capital humano de ellas. Por suerte, creo que hasta ahora no me he equivocado, he contado con valiosas alianzas estratégicas para hacer lo que he tenido que hacer. Sin embargo, no me siento plenamente satisfecha, creo que queda mucho por hacer. He podido luchar por el campesinado, luchar por las mujeres, particularmente por las mujeres rurales. Esto me deja muchas satisfacciones, aunque a veces también se despierta una impotencia y una desesperación por no tener espacios de poder desde los cuales decidir la inversión en beneficio de otras congéneres mías, especialmente del área rural.

Hablando de las mujeres rurales y las TIC, quiero mencionar el III Encuentro de Mujeres Rurales de América Latina y el Caribe, que se realizó en el Ecuador del 5 al 9 de marzo del 2012 y en el que me tocó participar como coordinadora. El I Encuentro de Mujeres Rurales se hizo en Fortaleza, Brasil, en 1996; el segundo en Tlaxcala, México, en el 2005, y ahora el Ecuador fue elegido como sede. En este encuentro, respecto de las TIC, ellas —para no hablar a título personal— llegaron a la conclusión de que donde más se notan las brechas, la ausencia del conocimiento y la falta de acceso se dan en el ámbito rural. ¿Por qué? Porque en la parte rural de nuestros países latinoamericanos es donde se concentra el analfabetismo total o parcial; así lo llamo yo, aunque también se lo llama de otra manera, pero yo prefiero llamarlo con nuestras propias palabras.

Entonces, decían las mujeres, si es que hay Internet y no tenemos energía eléctrica, ¿qué pasa? Y suponiendo que tengamos Internet y energía eléctrica, pero si no tenemos el computador, ¿qué pasa? Y si tenemos estos tres —la energía eléctrica, Internet y el computador—, pero no tenemos el conocimiento, ¿qué pasa? ¿Cómo podemos acceder al conocimiento si muchas de nosotras somos analfabetas? Entonces, en el área rural hay mucho que trabajar, precisamente por eso,  para ir dotando a las mujeres de oportunidades, de conocimientos que permitan que vayamos perdiendo el miedo a actuar.

Y en este tema, puedo hablar de mí misma. En mi infancia, cuando yo tenía 10, 12 años —ahora tengo 63 años—, en el Ecuador no era obligatorio que las niñas rurales terminen la escuela primaria. Yo tuve que terminar mi escuela primaria —quinto y sexto grado, los dos últimos años— pasando los 20 años, en la escuela de adultos, luego de haberme escapado de la casa a los 14 años para que no me impusieran a una pareja que yo no quería. He tenido que salir a trabajar y sostener la economía paterna, materna, porque soy la primera de nueve hermanos. Y más adelante, recién después de casada, a los 35 años, he ido al primer curso para empezar a formarme en el bachillerato, y luego poder decir que ya me gradué de bachiller y que ahora quiero que mis hijos sean lo que yo no pude ser. Porque las becas para educar a los hijos y las hijas se han quedado en las manos de las y los gobernantes y nunca ha bajado a las bases. Entonces, hemos tenido que bregar mucho para que nuestros hijos sean personas con mejores posibilidades.

Yo misma, para graduarme más adelante, en el 2003, me matriculé para seguir mi licenciatura sin saber si iba a poder o no terminarla. Y tuve que —¿en qué año habrá sido eso, en el 2006?— empezar a perderles el miedo a las tecnologías, comprarme un computador y empezar a preparar la tesis para poder graduarme de la licenciatura, escribiendo quizá una hoja en un día y siguiendo instrucciones y cursos para poder nivelarme.

Las manos de nosotras, las personas rurales, son mucho más pesadas que las manos de la población urbana, porque trabajamos con las herramientas del campo, porque manejamos el machete, el azadón, las herramientas para cuidar a los animales. Entonces, tenemos hasta las manos mucho más torpes, no tenemos la agilidad que pueden tener las mujeres o las personas que están en el área urbana. Entonces, esas son cosas que te marcan mucho, no es la misma realidad, no.

Por eso, yo ahora soy una convencida de que hay que defender lo nuestro. Hay que proponer que las y los gobernantes de turno consideren la creación de oportunidades en el campo no como un gasto, sino como la mejor inversión. Y que los organismos internacionales sigan brindando oportunidades a las mujeres rurales como un mecanismo de resarcimiento por los años de exclusión, para que podamos quedarnos a vivir aquí, pero en condiciones de dignidad. Para que podamos ir motivando a nuestros hijos y a nuestras hijas a que se queden en el campo, pero en condiciones mucho más favorables, en las que podamos acceder a la comunicación.

Yo misma hace apenas un año tengo Internet en mi casa. Para seguir mis estudios, mis diplomados virtuales después de la licenciatura, tenía que salir a alquilar un café net en la ciudad. Y cuando me ponían los foros a las 7 de la mañana, nadie me habría el café net a esa hora; o tenía que mandar tareas hasta las 11:30 de la noche y nadie me podía alquilar a esa hora. Entonces, a veces he tenido que recurrir a amigos o amigas que tienen casas en la ciudad para que me permitan acceder; han sido aliados estratégicos que me han permitido cumplir con este desafío del estudio. Soy una loca convencida de que solo el conocimiento nos hace libres y de que solo aprendiendo cosas podemos apoyar a los demás. Como nadie hace nada por nosotros, he tenido que entender que primero tengo que construirme yo, valorarme yo, quererme yo, fortalecerme yo; no como egoísmo, sino como una herramienta para poder revertir hacia las mujeres.

Nosotras, en el Ecuador, hemos realizado actividades de formación —también con el apoyo del Instituto de Comunicación y Desarrollo (ICD) de Holanda, que trabaja mucho en el tema de las TIC— en las que hemos llevado a las mujeres a las universidades —por ejemplo a la Salesiana, una de nuestras aliadas estratégicas—y las hemos sentado frente a un computador para que sientan el mouse, el teclado. Y ellas estaban llenas de pánico, pero luego han dicho: «Ahora no queremos despegarnos del computador, ahora queremos aprender, tenemos alas propias para volar».

Entonces, solo es cuestión de ir generando este tipo de espacios, este tipo de oportunidades, y estoy convencida de que es realmente darle la vuelta a la moneda y ver cómo las mujeres empiezan a sentirse mucho más animadas al descubrir que tienen tantas capacidades. Incluso vuelven a sus casas a motivar a sus hijas, a apoyarlas en sus tareas, a acompañarlas en las cosas que hacen. Creo que la cooperación internacional, las ONG, los organismos, los gobiernos, deben ver que sembrar en las mujeres rurales, como suelo decir, es sembrar en terreno fértil. Porque no es que no tengamos cerebro; lo que no tenemos y nos hace falta son oportunidades.

iKNOW Politics: Para terminar esta interesante entrevista, quiero preguntarle qué les diría a aquellas mujeres jóvenes del mundo rural que se sienten atraídas por la política y quisieran hacer algún cambio, pero que piensan que es un mundo muy difícil y les resulta imposible imaginarse actuando en él.

Las jóvenes tienen grandes ventajas. Tienen la vida por delante, tienen mejores condiciones. Ahora hay muchos medios para educarnos, muchas posibilidades de colegios, de universidades. Tienen que ser invencibles, tienen que agarrar la posta y no dejar que nadie se les arrebate porque su vida es suya, su cuerpo es suyo, su talento es suyo, sus decisiones son suyas, y tienen que estar dispuestas a sostener todo lo suyo contra viento y marea.

No importa si nos golpeamos contra las murallas, no importa si nos despellejamos los pies o las manos, figurativamente. Hay que aguantar todo eso en el tiempo para llegar a ser verdaderas protagonistas, actoras relevantes. Para tener nuestra propia voz, para construir desde nuestras vivencias aquello que queremos que se ponga en las políticas públicas y decir que, realmente, no hay nada imposible. Para mí, no hay nada imposible. Querer es poder, y si yo quiero, puedo. Y no deben dejar para mañana lo que pueden hacer ahora, porque eso les va a permitir avanzar. No sabemos si mañana vamos a estar vivas, pero lo que hagamos ahora es importante.

Día de la entrevista
Región
presidenta de la Asociación de mujeres de Juntas Parroquiales Rurales del Ecuador, AMJUPRE